Entrevista a Alberto Toscano // Conferencia “Actualidad de la dialéctica: ¿cómo pensar las lógicas del mundo contemporáneo?”

3 de Mayo 2017

24 abril 2017

Instituto de Filosofía

Universidad Católica de Chile

Campus San Joaquín

Entrevista a Alberto Toscano en el marco de su conferencia
“Cartografías de lo absoluto”, parte de la Conferencia
“Actualidad de la dialéctica: ¿cómo pensar las lógicas del mundo contemporáneo?”

Francisco De Lara: Cuéntanos un poco sobre tu trayectoria académica en general, sobre la línea nuclear de tu trabajo y sobre cómo has llegado a abordar las temáticas filosóficas que nos convocan en el contexto de este ciclo de conferencias.

Alberto Toscano: Mis trabajos más recientes son el efecto de encontrarme –por razones más bien contingentes– trabajando en el área de sociología, tras una formación filosófica centrada especialmente en filosofía francesa contemporánea y sus relaciones con la historia de la filosofía. Me doctoré en la Universidad de Worwick, en Inglaterra, con una tesis sobre el concepto de individuación en Kant y Deleuze. Fundamentalmente, mis decisiones académicas tuvieron que ver con el clima intelectual dominante entre mis compañeros de Doctorado, porque nos encontramos diversas personas que estudiaban filosofía francesa contemporánea y que se interesaban por problemas de la filosofía continental en un país en el que este tipo de estudios es más bien marginal.

Muchas de las problemáticas a las que me he avocado después de mi tesis son un el producto de intentar ver cómo se podrían trabajar conceptos, materiales y problematizaciones filosóficas en campos de Teoría social. Específicamente, desde una formación conceptual basada en los debates de la filosofía contemporánea francesa e italiana, me he centrado en la pregunta sobre cómo trabajar la relación entre conceptualidad y Teoría social. En esta dirección, los recursos teóricos que ofrece la Teoría crítica se han vuelto muy útiles. Aunque he transitado por mundos diferentes de investigación, creo que un hilo conductor ha sido el interés por la realidad social de la abstracción y los conceptos.  

Francisco De Lara: De alguna manera podríamos decir que la trayectoria dialéctica, en general, y la Teoría crítica, en particular, no solo parten de la convicción de que efectivamente el pensamiento es una respuesta histórica a una realidad que en primera instancia no es de carácter ideal –aunque pueda estar embebida de idealidad–, sino que también reconocen que esta reflexión implica una tarea. De este modo, se plantea la pregunta por el rol crítico y social de la filosofía. Sin embargo, esto contrasta fuertemente con un tiempo en el que las lógicas capitalistas se introducen sin filtro en la misma Academia. Ante las formas de producción dominantes, el rol mismo del intelectual se ve tensionado o incluso, en algunos casos, estas formas se asimilan naturalmente sin violencia alguna. El ejercicio filosófico deviene un tipo de producción equiparable a la de cualquier otro campo; la cantidad y ciertos sellos garantes calidad son lo que cuenta. ¿Cómo ves esta constelación? ¿Cómo podría la Teoría crítica revitalizar o poner de relieve ciertas pretensiones del pensamiento que parecen perderse con el modelo?

Alberto Toscano: Es muy complejo. Uno existe al interior de lógicas institucionales que son objetivamente cínicas o esquizofrénicas. Por ejemplo: uno puede redactar un artículo muy crítico contra el capitalismo, pero luego debe ver dónde y cómo conviene publicarlo, en términos económicos y profesionales. Son situaciones que generan tensión, aunque algunos individuos lo vivan sin ningún tipo de escisión. Me parece que muchas de las maneras de pensar e intentar transformar estas relaciones no son directamente expresiones del trabajo académico. El problema es que para que la Teoría crítica tenga un rol crítico sobre estas relaciones, estas deberían estar abiertas a la crítica. Además, existe el peligro de el quehacer filosófico se vuelva muy auto-referencial. A veces la respuesta tiene que ser de corte más bien político-sindicial, que puede tener mucha más tracción que el discurso.

Por otro lado, lo que mencionaste anteriormente en relación al productivismo y la medida de producción es muy cierto; hemos entrado en un sistema absurdo. Al mismo tiempo, me parece que varios elementos de las relaciones intelectuales y pedagógicas no han cambiado mucho, a saber, los deseos de comprensión, crítica y reflexión. De este modo, la universidad se ha convertido en un espacio extraño; la experiencia pedagógica bien trabajada es una burbuja o reducto clandestino al interior de un espacio institucional en el que uno tiene que medirse según ciertos estándares. La universidad es una institución que vive de su propio arcaísmo, pues es un lugar donde se habla, escucha y escribe –algo “primitivo” de acuerdo a las lógicas contemporáneas–, pero no puede reconocerlo y debe simular una productividad innovadora.

El problema político es cómo pueden articularse estas temáticas. No es evidente que, materialmente, haya espacios de crítica al interior de la universidad. Además, si uno se pone a criticar el modelo, la institución presiona porque depende de ciertos mecanismos de calidad y control para subsistir económicamente. Impera una estructura cínica, porque no se exige conformidad intelectual, espiritual e ideológica; por el contrario, todo el mundo está de acuerdo en que el sistema es perverso, pero al mismo tiempo todos lo reproducen porque aparentemente es “necesario”. El asunto es que no necesariamente lo es.

Megan Zeinal: En algún momento te referiste a la potencia emancipadora que podía tener el diagnóstico del pensamiento crítico. ¿Qué posibilidad real puede abrir la filosofía a través de ese diagnóstico, si es que puede?

Alberto Toscano: Es difícil responder a priori, quizá los elementos de emancipación tengan siempre algo de experimental. En ese sentido, no creo que haya una continuidad o transitividad entre el momento del diagnóstico y el de la creación de algo otro o de la ruptura. Es decir, no necesariamente están orgánicamente ligados. Uno puede elaborar diagnósticos fantásticos sin incidencia alguna. En este sentido, es útil saber que hay sistemas o situaciones que uno no va a poder transformar. Ese es el chantaje de las maneras de gobernar, en el sentido foucaultiano; se trata de acciones sobre las acciones de otros. El problema es que si uno intenta desistir de las lógicas hegemónicas, puede entrar en una rueda de aparentes modificaciones interinas que solo reproducen la misma lógica. Así, hay cosas que uno sabe que no puede cambiar, pero que tampoco puede aceptar sin más. Por eso, la universidad da lugar a conductas esquizofrénicas y disociadas.

Ahora bien, un elemento importante del diagnóstico podría estribar en la medición de la cantidad de materialidad y de puro delirio ideológico que hay en lo que se dice que es necesario en términos institucionales. A propósito de esto se puede rescatar la distinción de Marcuse entre represiones necesarias y excedentes. En la universidad, más que en el mundo directamente valorizado y productivo, el elemento de enajenación como excedente está muy presente. Su presencia radica en que tiene que negar constantemente que se basa en relaciones que no son conmensurables con las lógicas mercantiles; no porque sean trascendentes o puras, sino porque tienen normas inmanentes muy diferentes.

Francisco De Lara: Creo que es importante pensar también en el rol del Estado. En principio, uno estaría tentado de decir que se están aplicando lógicas neoliberales y que el Estado está secuestrado por ellas. No obstante, a la hora de la verdad se ve que este es un promotor poderoso de las mismas, en la medida que exige constantemente eficiencia y rendición de cuentas y procura que sus inversiones económicas aseguren rendimiento y capital. Entonces, en sus funciones, el Estado pasa de ser el que orquesta el modelo educativo, el que piensa la ciudadanía y el papel de las distintas instituciones –particularmente de las educativas– a ser el administrador de un modelo que tampoco parece calzarle demasiado bien a su supuesto rol.

Alberto Toscano: Ese es el problema. Según mi experiencia, si uno intenta hacer política en el mundo universitario e intenta mapear las agencias en el Estado se encuentra con una situación peculiar. A uno le gustaría que hubiera un Estado unificado y totalitario al que atacar, pero se encuentra con que está desplazado y ramificado de una agencia en otra.

Si se lleva el tema a la universidad, hay puntos de contradicción en la conformación de las subjetividades, por ejemplo, el ser estudiante y cliente. Esta lógica conduce a que un estudiante quiera ser aprobado porque ha pagado por ello. El riesgo es que se politiza la situación y el estudiante adopta una figura de la pasión triste; la relación está bloqueada para la protesta directa y se tienen que llenar formularios e índices de satisfacción anónimos. Hasta las quejas se procesan a través de conductos modulares, higiénicamente controlados. De este modo, se evita el conflicto y la posibilidad de antagonismo, pero el resultado es que se crea una versión del sujeto consumidor insatisfecho o trabajador precario. A veces es importante saber adoptar una posición más radical y aclarar, por ejemplo, que el modelo de evaluación dominante no tiene potencial emancipador ni se puede reparar, por lo que simplemente hay que cambiarlo.


 Alberto Toscano es profesor de Teoría Crítica en el Departamento de Sociología de Goldsmiths, University of London. Es autor de Fanaticism (2010; traducido al francés, coreano, chino, español y turco), The Theatre of Production (2006) y de Cartographies of the Absolute (en co-autoría con Jeff Kinkle). Es autor de numerosos artículos y ha traducido varias obras de Alain Badiou, Antonio Negri, etc. Edita The Italian List para la editorial Seagull Books y es miembro del comité editorial de la revista Historical Materialism.