En lo concreto (a propósito del Día Mundial de la Filosofía) por Eduardo Fermandois

17 de Noviembre 2022

Hay un cierto error, me digo, en la subestimación del riesgo que conmemoraciones del tipo «el día mundial de esto o lo otro» conllevan casi siempre, el conocido peligro de terminar claudicando, con decencia o con descaro, ante el imperio de los lugares comunes acerca de esto o acerca de lo otro. Por iniciativa de […]

Hay un cierto error, me digo, en la subestimación del riesgo que conmemoraciones del tipo «el día mundial de esto o lo otro» conllevan casi siempre, el conocido peligro de terminar claudicando, con decencia o con descaro, ante el imperio de los lugares comunes acerca de esto o acerca de lo otro. Por iniciativa de la UNESCO, cada tercer jueves de noviembre recordamos año a año la importancia de la filosofía para la democracia, su rol crucial en todo ámbito educacional, las ventajas del espíritu crítico e interrogador. Asuntos tan trillados, ¿no? Por otro lado, ¿no son precisamente esos, u otros muy afines, los temas sobre los que conviene detenerse en este día? Lo que haré para sacudirme las frases estereotipadas con las que otra buena iniciativa podría acabar en otro rito vacío, será abordar un par de esos temas desde una mirada local y concreta. Una columna con cierto sabor a balance.

El balance no puede comenzar sino por lo más concreto, lo más real: la reciente muerte de Roberto Torretti, uno de los filósofos más importantes que ha conocido nuestro país. Puede que el valor de su obra resalte aún más si se toma como telón de fondo el siglo pasado en Chile, un «siglo corto de filosofía», como lo calificó el querido José Jara, otro colega que ya no está. Sin embargo, la obra de Torretti brilla también por sí sola, al tiempo que trasciende el ámbito local. Son tantas, pero tantas las publicaciones que avalan todo lo anterior: el monumental libro sobre Kant (Ediciones UDP); los artículos recogidos en sus Estudios filosóficos que ya completan cinco volúmenes (Ediciones UDP); su traducción del Filoctetes (Tácitas) y la versión que elaboró de un episodio de la Historia de la Guerra del Peloponeso para publicarla con el título Por la razón o la fuerza (Tácitas); no pocas traducciones desde el latín, el alemán, el inglés y el italiano (y espero no omitir nada); los influyentes libros sobre filosofía de la geometría y filosofía de la física que Pablo Acuña, un discípulo y entendido, comenta aquí; las conversaciones con Eduardo Carrasco que se publicaron bajo el sugerente título En el cielo sólo las estrellas (Ediciones UDP); y la lista sigue. En la última de esas conversaciones Torretti habla sin pelos en la lengua sobre la muerte, «un tema muy

importante», como dice entre risas; quiero citar a modo de homenaje un pasaje que no solo es reflejo de una ironía muy característica: «Claro, podría pensar que es preferible vivir 1.000 años en vez de 100, o en vez de los 80 que estoy cerca de cumplir. ¡Podría hacer tantas más cosas! O vivir 100.000 años. Pero si viviéramos 100.000 años estaríamos prácticamente en lo mismo, porque todos nuestros proyectos estarían ajustados a vivir 100.000 años, e igual ese plazo nos quedaría corto.» Mientras me imagino el tono socarrón con que don Roberto sacaba esas cuentas, pienso que sus 92 años definitivamente no le quedaron cortos.

El balance continúa con una preocupación frente a una situación también muy concreta y, ahora sí, del todo local. Cuando en un día como hoy se piensa en el aporte que el cultivo de la filosofía puede representar para una sociedad determinada, el primerísimo espacio en que conviene fijar la mirada es la escuela. Pero resulta que de un tiempo a esta parte existe en los colegios y liceos de Chile un dramático déficit de profesores y profesoras que puedan impartir la asignatura de filosofía, que se hayan formado específicamente para eso. Las cifras no son nada alentadoras, como lo muestran Carolina Ávalos y Ximena Oyarzo en su artículo «La filosofía sigue en riesgo», dedicado a este asunto y próximo a publicarse. Cuando el 2016, el año del «filosofazo», logramos que la filosofía se mantuviera en los colegios científico-humanistas, logramos en realidad algo más: que volviera a los técnico-profesionales. Y a eso se agregaron las horas de profundización tanto en los establecimientos humanístico-científicos como en los artísticos. Tales ajustes curriculares se vienen implementando desde comienzos de 2020 e implican desde luego una significativa demanda de más profesores y profesoras de filosofía. El déficit de profesorado en Chile no se restringe a la asignatura de filosofía, pero esta se ve particularmente afectada debido al escenario que acabo de bosquejar. Dada la escasez de profesores de filosofía, quienes consideran que los problemas de la educación son principalmente problemas técnicos quizá ya estén pensando que lo más indicado sería eliminar, ahora sí, la filosofía de los colegios. Sin embargo, «tirar el bebé con el agua del baño» es una expresión que apunta a un peligro real y un error gravísimo. En vez de hacerle el quite a un problema innegable, lo que urge es tomar conciencia de su magnitud, diagnosticarlo del mejor modo posible, idear estrategias de acción e implementarlas de manera coordinada. Solo que todo eso es muy general y yo me propuse ser concreto. Quiero apuntar entonces a la responsabilidad que en este contexto le cabe a los departamentos e institutos de filosofía de las universidades chilenas, aunque solo sea porque sus propios estudiantes vienen de donde vienen. Por cierto, se trata apenas de un factor en el marco de una solución más compleja. Pero pienso que los cuerpos académicos que conformamos esos departamentos e institutosEduardo Fermandois, Académico titular, Instituto de Filosofía UC. debiéramos informarnos e involucrarnos mucho más en estos asuntos, comenzando, por ejemplo, por la lectura del valioso informe Educar filosóficamente en tiempos de crisis, presentado el año pasado por académicos y académicas de catorce universidades (y disponible en internet). En juego está, a fin de cuentas, el bien que puede representar la filosofía para cualquier democracia, ese bien que germina en los espacios escolares, incluyendo por cierto la filosofía con niños y niñas.

Eduardo Fermandois, Académico titular, Instituto de Filosofía UC.

Otro de los temas que a menudo se invoca en este día es que la filosofía surge y se nutre del diálogo. Para despojarlo de su condición de tópico, para volverlo un tema más local y concreto, quiero recordar que el próximo año nos encontraremos una vez más en el Congreso Nacional de Filosofía que la Asociación Chilena de Filosofía (ACHIF) organiza en forma bianual desde el 2009. Para quienes de una u otra manera giramos en Chile en torno a la filosofía, se trata sin duda de la instancia más convocadora de diálogo y conversación (ambas cosas no son lo mismo, como muestra Giannini en el tercer capítulo de La «reflexión» cotidiana). El Congreso tendrá lugar en Santiago, durante la segunda semana de noviembre y a cincuenta años del Golpe Militar, por lo que el tema de la memoria ocupará un lugar central. El Día la Filosofía es una ocasión propicia para subrayar la importancia de contar con una ACHIF saludable y vigorosa, cuya directiva actual está integrada, qué bien, por una amplia mayoría de mujeres.

Al terminar de escribir estas líneas, me entero del reto que enfrenta por estos días la comunidad filosófica argentina: se busca eliminar la filosofía en los planes de estudio de los profesorados de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Desde aquí nuestra solidaridad con las y los colegas trasandinos que intentan detener lo que sin duda sería un retroceso. El caso argentino me lleva a pensar que la defensa de la filosofía posee un carácter cíclico. Cuidarla y promoverla representa una tarea de nunca acabar, y somos, aquí también, unos Sísifos y unas Sísifas. Pero a Sísifo, recordemos, hay que imaginárselo feliz.