“Terapia gourmet” por Vicente García-Huidobro
Hubo un tiempo en que la cocina estaba fuera de la casa, en otro piso o en una pieza apartada en el patio. Era un lugar secundario, solo habitado por la madre y los niños. Con los años, este espacio se fue integrando, pasó del patio al costado del living, pero siguió siendo un lugar […]
Hubo un tiempo en que la cocina estaba fuera de la casa, en otro piso o en una pieza apartada en el patio. Era un lugar secundario, solo habitado por la madre y los niños. Con los años, este espacio se fue integrando, pasó del patio al costado del living, pero siguió siendo un lugar solo de mujeres. Alguno de ustedes debe recordar que su padre o su abuelo nunca pisaron la cocina.
En el último tiempo, la cocina se ha ido tomando el lugar central de la casa. La vida comenzó a hacerse dentro de ella, en un comedor de diario o conectada al living. Los hombres también empezaron a habitarla. De la noche a la mañana, pasó de la periferia al centro. Porque lo doméstico se convirtió en la dimensión más importante de nuestras vidas. Y cocinar en una terapia.
“La olla humeante empañando los vidrios. La espera de la cocción. El testeo de los sabores. Son ritmos y tiempos que pueden ser usados de un modo terapéutico”.
En un mundo tan centrado en la productividad, hoy estamos comenzando a acudir a lo doméstico para encontrar ahí un refugio, un lugar íntimo, una capilla. Nos hemos dado cuenta de que podemos elegir realizar las tareas domésticas como una rutina mortificante o como una verdadera práctica terapéutica. Todos experimentamos el extraño efecto que tiene en nosotros el acto de limpiar u ordenar una habitación. No solo cambiamos el aspecto de nuestro espacio exterior, sino también de nosotros mismos.
Lo mismo sucede al cocinar y con la comida. La cadencia de cortar una cebolla y su tac-tac-tac contra la tabla. Los olores del horno. La olla humeante empañando los vidrios. La espera de la cocción. El testeo de los sabores. Son ritmos y tiempos que pueden ser usados de un modo terapéutico y un buen medio para bajar la velocidad y conectarnos con los sentidos. El simple hecho de estar obligados a compartir mientras dura la comida en el plato nos abre también la posibilidad de encontrarnos con el otro. Y todo esto, ¡compartiendo algo rico! Comer y cocinar son tal vez nuestra mejor terapia doméstica.